lunes, 10 de julio de 2017

Nueva York, del 3 al 14 julio de 2017

Miguel de Unamuno dijo una vez que “se viaja no para buscar un destino sino para huir de donde se parte”. En mi caso es totalmente cierto. Harto de las fiestas de San Fermín, cada año me escapo lo más lejos que puedo. Este año toca Nueva York.


Y es que… había una vez, hace ya mucho tiempo. Había una Isla. También algunos indios y bastantes baratijas. Cientos de baratijas, dieron paso al barco de vapor, al Hinderburg, al Clipper y a los rascacielos. Wall Street, luces eléctricas, el New York Times, Central Park y el Museo Metroplitano, ¡Broadway! el edificio Crysler y el Empire State, la estatua de la Libertad y el puente de Brooklyn.


Pero dicen que Nueva York, la ciudad en la que uno nunca conoce a sus vecinos, no tiene tradición ni historia, no existen recuerdos donde aferrarse. Siempre está en constante derrumbe y construcción para levantar nuevos edificios. Ya veremos.


Lunes, 3 de julio de 2017.
Volare, volare.
Madrid (Barajas) – Casablanca, Marruecos – Nueva York.

Casi toda la gente, como dicen los de Podemos, y también los que nos consideramos personas de bien, que no votamos a los de la gente, saben que “yes, we can”, la famosa frase pronunciada por Obama al llegar al poder, significa “si, podemos”. Nosotros podemos afirmar que hemos sobrevivido a 22 horas seguidas sin acostarnos, a otras 10 más de avión, y a un retraso acumulado de otras 3.

De Madrid a Casablanca, volando con Iberia, todo fue bien. Pero de salida en Casablanca, ya con un 787 de las Royal Air Maroc, teníamos un retraso de unos 40 minutos que se reflejaron al aterrizar en el JFK. Tras la toma de tierra, alguien debió decidir que no nos había llegado el momento de desembarcar, porque decidió retenernos enclaustrados con el avión tirado en una de las pistas de rodadura durante más de hora y cuarto. Cuando nos tocó mostrar la documentación de entrada al país, el oficial de aduanas decidió acompañar a una chica mona que llevaba una funda de violín en la que se leía Cordoba, sin acento, sabe Dios a donde. Un cuarto de hora esperando el regreso del agente, un graciosete que solo debía conocer en España la Cataluña que no quiere ser España, ya que a los tres nos preguntó si éramos súbditos del tocomocho. Ya empezábamos a estar hartos, pero faltaba lo peor. Otros 75 minutos después del aterrizaje recogíamos nuestras maletas. Un cuarto de hora más para tomar un taxi, 40 minutos de trayecto conducidos por un chofer mudo, o  casi, y… por fin en el apartamento. Y todavía podemos afirmar que no tuvimos tan mala suerte, con el equipaje a cuestas no nos pararon para revisarlo. No debemos tener cara de terroristas.



El primer edificio famoso que vemos en Nueva York, lógicamente, es la llamada terminal de vuelos TWA en el aeropuerto JFK. Vanguardista en su tiempo, fue ideada por Eero Saarinen en 1956 para la Trans Word Airlines, con el deseo de que su diseño mostrase  el espíritu del vuelo, que mostrase  la emoción que produce viajar. Con forma de un águila posándose,  símbolo nacional de los EEUU, su interior fue tan revolucionario cuando se inauguró que llegó  a incorporar algunas ideas que años después se convirtieron en un estándar en todos los aeropuertos: mostradores de facturación, cintas para  recoger las maletas (hora y cuarto después   de aterrizar) o los fingers para acceder a los aviones.



Tras instalarnos, nuestra residencia se nos hace un poco justa para tres elementos hechos y derechos, nos damos una vuelta por la zona para un primer reconocimiento visual. O mejor, poco visual, porque era de noche y la iluminación era bastante escasa. Tenemos que darle la razón a nuestro arrendador, parece un barrio un poco “áspero”.  Ya veremos mañana, que lo recorreremos a la luz del día.




Martes, 4 de julio.
La gran caminada por la Gran Manzana.
Nueva York.

Maldito yet-lag, desde las 3 de la madrugada sin poder pegar ojo. Claro, serían las 9 de España y no tengo el cuerpo hecho al horario neoyorquino.

Hoy terrible caminata, con toda probabilidad hemos estado muy cerca de los 15 kilómetros. Tras hacer la compra como buenos amos de casa, hemos realizado un experimento: mañana tenemos la excursión a Washington, y dado que salimos a las 6 de la madrugada desde el hotel Row en Manhattan nos hemos acercado antes de ver cosas para saber su ubicación y el tiempo que cuesta llegar. Así que como han sido casi 75 minutos, nos levantaremos a las 4:30 horas.

A partir de media mañana, y tras recoger las tarjetas New York Pass que estrenaremos el día 6, toda la jornada ha sido caminar, caminar, caminar, alguna cerveza y una parada técnica para comer en un restaurante japonés. Muy caro, 45 dólares un plato de arroz con gambas y un par de cervezas.



El primer objetivo era el NY Pass que debíamos retirar en el Museo de la Madame Tussauds. Ni lo hemos visitado ni lo visitaremos, ya el chulito portero negrata de la puerta ha pretendido tratarnos peor que a su perro, si es que tiene.  ¡Menudo borde! Después, en nuestro deambular hemos estado en todas las avenidas con su número (la 4º, 5ª… hasta la 8ª) y en todas las calles también con su otro número que van desde la 1 a la 42, en Times Square, en Broadway, en el Chysler Building, el Empire State en la 5ª, en el Flatiron y en el cercano Madison Square Park, en Washington Square, en el Soho y, para  acabar, en la Zona Cero.

La Zona cero impresiona, deja mal cuerpo recordando los atentados que allí ocurrieron el 11 de septiembre de 2001. En el enorme espacio que dejaron las derruidas Torres Gemelas y otros edificios cercanos que también cayeron se eleva la torre One World Trade Center, de la Libertad, de 541 metros. Y a sus pies, dos memoriales llamados Reflecting Absence inmortalizan las huellas de las Torres Gemelas con un perímetro en el que están grabados los nombres de todas las víctimas. Los americanos han depositado miles de banderitas de su país junto a cada uno de sus muertos, en una plaza que invita a la reflexión y en mi caso, a la oración. El conjunto se completa con una construcción de Santiago Calatrava, un arquitecto que según algunos pasará a la historia por el único que va a sobrevivir a su obra. Sin embargo, rematada por el “óculo”, esta es magnífica, impresiona cuando uno se percata que está donde está.






De aquí a casa, que además de estar muy cansados, mañana tenemos que madrugar.

Hoy era 4 de julio, la fiesta nacional, pero no hemos notado ninguna celebración especial. Solo muchos establecimientos cerrados y poco tráfico por Manhattan. Hemos visto a algunas familias preparar barbacoas, cuando la policía se lo permitía, y en la televisión un concierto nocturno y fuegos artificiales.


Miércoles, 5 de julio.
El navarro que puso la 1ª piedra en la Casa Blanca.
Washington DC.

Obligados a un madrugón de recordar, a las 4 y cuarto arriba, tomamos el metro antes de las 5 ya que en una hora tenemos que estar obligatoriamente en la puerta del hotel Row, en Manhattan, para partir hacia Washington DC, Distrito de Columbia.

Difícilmente se encontrara un estadounidense que llame a la ciudad, fundada en honor al primer presidente de los Estados Unidos, por su nombre. Simplemente se refieren a ella como DC, Distrito de Columbia, el apodo poético que hace referencia a Cristobal Colón.

El desplazamiento, tanto a la ida como a la vuelta, se realiza por la carretera interestatal 95. Son unos 360 kilómetros que se hacen en 4 horas y media, y la ruta pasa cerca de Filadelfia o Baltimore.

Tras pasar cerca del Pentágono para tomar unas fotografías sin bajarnos del autobús, la primera parada ha sido en el Cementerio Nacional de Arlington. Merece la pena verlo, aunque impresionan más los grandes campos de cruces blancas de la Normandía francesa. Además, la humedad y el calor habían la visita insufrible. Arlington fue creado durante la Guerra de Secesión y allí están enterrados militares que lucharon desde la Guerra de Independencia de los EEUU hasta en acciones en Afganistan e Irak. Las tumbas más importantes son las de la familia Kennedy. Jonh Fitzgerald y su esposa e hijos, y sus hermanos el senador Robert Francis y Edward.



Muy cerca, en el Memorial de Iwo Jima, dedicado a los marines, dos soldados estaban intentando desenredar la bandera. La estatua está basada en la fotografía tomada por Joe Rosenthal. El fotógrafo de Associated Press llegó tarde al izado de una bandera por 6 marines al tomar una colina en la isla del Pacífico, por lo que pidió a los que estaban más cerca que repitieran la escena. La imagen del segundo enarbolado dio la vuelta al mundo en un par de días.



En el National Mall destaca el obelisco dedicado a Washington y el memorial, no la tumba, de Abrahan Lincoln, el 16º presidente asesinado el 14 de abril de 1865 en el teatro Ford. Cerca están los monumentos dedicados a los fallecidos en las guerras de Vietnam, con la lista de todos los perecidos, y Corea. Este último es un triángulo en el que avanzan las figuras de 19 soldados supuestamente pertenecientes a una patrulla. Deberían ser 38, porque 38 meses duró la guerra de Corea y porque el paralelo 38 separa las dos Coreas, la del norte y la del sur. Al poner solamente la mitad pretendieron que las 19 figuras se reflejasen en los muros del conjunto, pero eso no pasa. Así que hay 19 y faltan otros 19.





Cerca está la Casa Blanca donde tomamos las típicas fotografías del fachada principal. La famosísima residencia presidencial tiene una curiosa relación con Navarra. Procedente de nuestras tierras, en 1785 llegó a Estados Unidos un joven llamado Pedro Casanave (Casaneva, Casenave, Cazenave o Casanova). Sin demasiados recursos, prontó montó un negocio de venta de aceite, carne de cerdo española y polvos para el pelo que le llevó a ser un próspero agente de la propiedad muy conocido entre lo mejor de la sociedad de Georgetown, localidad de la que llegó a ser alcalde.  No se sabe muy la razón, pero el caso es que el 12 de octubre de 1792, exactamente 300 años después de que Colón descubriera América, fue el encargado de poner la primera piedra de la Casa blanca. Tal vez fuera porque deseaban que fuera un español el que la colocara y Casanave era el único que conocían.



Antes de regresar, el último lugar a visitar es el Simthsonian Museo Nacional de Aire y del Espacio. Dicen que es la mayor colección de aviones del plantea, pero deben estar escondidos. Aunque encontramos el Wright Flyer, el avión que voló por primer vez en 1903, el Spirit of Saint  Luis con el que Linberg consiguió la primera travesía del Atlántico sin escalas, o el módulo del Apolo 11, la primera misión tripulada en llegar a la Luna, nos faltaron, entre otros, el Enola Gay que lanzó la bomba atómica sobre Hirosima o el Columbia.



Así que un poco defraudados nos llegamos de nuevo al Mall para tomar unas imágenes del Capitolio y vuelta a Nueva York con una parada en un lugar llamado Weehawken, al otro lado del río Hudson, desde el que se tienen unas vistas increíbles de Manhatan iluminado.



Y como final de tour, y como no podía ser de otra manera, la guía nos pidió propina para el “direccionador”, que suponemos que debía ser la misma persona que el chófer o, incluso, que el conductor.




Jueves, 6 de julio.
La estela perdida en el Museo de Brooklyn.
Nueva York.

Para estrenar el New York Pass hemos comenzado l jornada con la visita al Museo de Brooklyn. Aunque está en nuestro barrio, hemos tenido que caminar un rato y coger dos metros. Haciendo hora para que abrieran hemos tomado unas fotografías en la cercana Grand Army Plaza en la que destacan el arco dedicado a soldados y marinos y una preciosa escultura fuente llamada Bailey Fountain.



El Museo de Brooklyn es uno de los mayores del país, aunque nuestro objetivo único era el departamento dedicado a Egipto. La fachada es impresionante, de estilo Bellas Artes, fue modernizada en 2004 añadiéndole una estructura de acero y cristal que facilita el acceso. La colección egipcia es muy buena. No tiene demasiadas piezas, pero sí muy elegidas. Es muy agradable de ver. Comenzaron adquirir antigüedades de Egipto a principios del siglo XX,  de 1906a patrocinaron una expedición que excavó en el sur de Egipto dejando en la colección  numerosos objetos de valor histórico y artístico, entre los que se encuentra  la sorprendente Lady Bird y algunas piezas de la época de Amarna y muy pocas, y convenientemente mal descritas porque Howard Carter las sacó ilegalmente de Egipto, pertenecientes a la tumba de Tutankamón.






Como ya me ha pasado otras veces con alguna obra de un museo, no la he podido ver. Trataba de fotografiar una estela del Imperio Antiguo que representa a dos personajes, Senres y Hormes y que acostumbro a explicar cuando imparto charlas sobre jeroglíficos y literatura egipcia. Tras una exhaustiva investigación y no encontrándola, solicitamos ayuda al personal de la institución. Fueron exquisitos, primero una señora que vigilaba las salas y, después a través del móvil, nos indicaron que la pieza pertenece a su colección pero no está expuesta en estos momentos.



No demasiados lejos atravesamos el famoso Puente de Brooklyn que une este barrio con el sur de Manhattan. Cuando se presentaron los planos en 1857 se tachó al proyecto de locura, por lo que no fue hasta 1883 cuando fue terminado, convirtiéndose entonces en el puente colgante más largo del mundo con sus 1825 metros de largo. El agradable paseo por la vía peatonal ofrece panoramas únicos del East River y del Downtown.




La tarde no ha sido demasiado gloriosa. Tras comer, muy mal y muy caro, en un chino o japonés (imposible conocer sus orígenes) atendido por unos tipos muy desagradables, hemos cogido el metro para ir de compras a Macy´s, el Corte Inglés neoyorquino. Ni compras ni nada, en los siete pisos no hemos encontrado algo que nos gustara o que su precio nos permitiera adquirir. Tampoco los Levis 501 que un amigo pamplonés deseaba que le lleváramos por unos 20 dólares de 70 no bajaban.



Por lo tanto, nos hemos permitido un descanso con unas cervezas en un espacio rodeado de food trucks, camionetas de comida, y a casa donde hemos cenado una perfecta tortilla de patata acompañada de un horrible y aguachinado vino rosado (solo 6º) procedente de California.


Viernes, 7 de julio.
It´s raining cats and dogs.
Nueva York.

Hemos partido con toda tranquilidad hacia The Cloisters, un museo dedicado al arte medieval europeo. La distancia desde nuestro apartamento supera los 23 kilómetros, está en la otra punta de Nueva York, en la zona más alta de Manhattan. Al montarnos en el metro estaba nublado pero no parecía amenazar lluvia. El problema es que el trayecto bajo tierra sobrepasaba la hora. Al salir caían chuzos de punta, it´s raining cats and dogs, y teníamos un cuarto de hora andando. Así que, después de esperar un buen rato a que amainara, nos hemos lanzado a correr. Hemos llegado más calados que una sopa.



The Cloisters, los Claustros, es un museo fabuloso producto de la reconstrucción en los años 30 de varias abadías medievales europeas. Incorpora partes de 5 abadías de clausura francesas y otros edificios procedentes de España que fueron desmontados piedra a piedra y trasladados a Nueva York. Todas las tallas expuestas son magníficas, y entre ellas se encuentra una Virgen de origen navarro preciosa. Desde luego, la persona que “robaba” en Europa para The Cloisters tenía gusto, sabía lo que hacía.






Como no teníamos ninguna gana de seguir mojándonos, tomamos un bus que llegaba hasta la misma puerta de los Claustros. ¡Si lo hubiéramos sabido al venir! La cuestión ha sido que entre el tráfico y enorme número de paradas ha empleado 2 horas en llegar al Rockefeller Center, nuestro siguiente objetivo.




Eran cerca de las 3 de la tarde, por lo que comemos, por fin bien, en un restaurante de estilo local. Y de aquí a la cercana Catedral de San Patricio. Es un templo, el más grande de América del Norte, católico de estilo neogótico decorado. Los trabajos comenzaron en 1858 pero se detuvieron durante la Guerra Civil americana, lo que hizo que no se completara hasta 1879. Cuando se diseñó, se trató de crear un gran edificio cuyas torres de más de 100 de altura dominaran Manhattan, pero hoy en día queda muy humilde comparándola con el cercano Rockefeller Center. En su interior, de más que dudoso gusto, nuevamente he seguido las instrucciones de nuestra difunta madre por las que rezando un Ave María al entrar en una iglesia nueva, se te concede un deseo. Llevo 35 años o más con las misma solicitud, añado un Padrenuestro por si acaso, lo intento cada vez, pero nada de nada. Pero seguiré insistiendo, seguiré con mi Ave María y sin cambiar de petitoria. A lo mejor llega el día que se cumple.




Los edificios del Rockefeller Center, levantado en Art Deco, se agrupan alrededor de la plaza del mismo nombre. Son acompañados por conocidas esculturas, espacios veraniegos con cafés que invierno se convierten en pistas de patinaje sobre hielo. En el interior destacan unos magníficos frescos de Sert, el mismo pintor que decora la Capilla del Museo de San Telmo de San Sebastián.



Uno de los inmuebles del Rockefeller, el General Electric Building (de 1933), alberga en su terraza Top of de Rock, un mirador a 259 metros desde altura desde el que las vistas de Nueva York impresionan. El ascensor llega hasta el piso 67 y todavía hay tres más a los que se accede a pie para alcanzar la cumbre del 13º edificio más alto de la ciudad.




Por último, y tras un breve y merecido descanso cervecero en un ruidoso y caro local de moda en Penn Station, cruzamos la calle para enviar las postales habituales en cada viaje. Parece un templo neoclásico (1912) que tiene en la fachada una cita de Herodoto, el viajero que en el siglo IV a.C. escribió “los 12 libros de la historia” describiendo sus viajes: “Ni la nieve ni la lluvia ni el calor ni las tinieblas de la noche son un obstáculo para esos prontos mensajeros”. Herodoto es el mismo que manifestó que “Egipto es un regalo del Nilo”.



Y el metro nos la vuelve a jugar. Al regresar a casa nos ha pasado lo mismo que por la mañana. Nos hemos metido en el agujero con buen clima y hemos salido con otra tromba de agua. Además, por supuestas indicaciones de la policía  nos han obligado a desalojar el tren un par de estaciones antes de nuestro destino. Casi 4 kilómetros andando, no cantando, bajo la lluvia. Otra vez mojados hasta las entrañas.


Sábado, 8 de julio.
Embarcados.
Nueva York.

Teníamos pensado el orden de las visitas antes de salir de casa, pero cuando ya estábamos de camino en el metro nos hemos dado cuenta que, pese a ser nuestra línea, no transitaba por nuestra línea. Una chica sudamericana muy amable nos ha visto muy perdidos y nos ha explicado que durante el fin de semana circulan por otros lados. Así que nos hemos bajado en la calle 42 para dirigirnos al Intrepid Sea, un portaaviones anclado en el río Hudson, pleno Manhattan.



El Intrepid Sea, Air and Space Museum está instalado a bordo de un portaaviones en el que sus cubiertas están repletas de aeronaves: cazas, helicópteros, pequeños aviones de transporte y el Enterprise, el primer transbordador espacial de la NASA y un Concorde de La British. Además es posible conocer el interior del Growler, un submarino de los años 60 con su lanza misiles armado. Recientemente ha inaugurado una gran exposición dedicada a los drones.



Botado en 1943, el USS Intrepid luchó en la II Guerra Mundial, sobreviviendo a 5 ataques de kamikazes y al embate de muchos torpedos. Más tarde, la nave sirvió en la Guerra Fría, en la de Vietnam y como recuperadora de módulos lunares en los años 60. En 1974 fue finalmente desarmado y dedicado a museo privado.






Para retomar lo que teníamos pensado a primera hora, en el suburbano vamos hasta Battery Park, una antigua batería del siglo XIX, con el Castle Clinton en el centro, un fuerte levantado en 1812 para defender la isla de Manhattan contra los británicos, ¡siempre contra los ingleses! Hemos comido en un restaurante que lleva el mismo nombre del parque. Con lo que nos han cobrado por unas pizzas, 150 dólares, nos deberíamos quedar con todo el parque para nosotros. Además nos han metido 8$ por el agua del grifo que en todos los sitios es gratis y otros 29 más por el servicio y todavía pretendían que les diéramos propina. Por lo visto, dejar propina en Nueva York no es una ley escrita, pero se cumple a rajatabla. En la hostelería los sueldos base deben ser muy bajos y algunos trabajadores, generalmente muy atentos, dependen de ellas para llevar a casa un jornal decente a fin de mes. No somos los más rácanos del mundo, pero nos han clavado un 20% por su trabajo sin oportunidad a revelarnos.




En el muelle cercano hemos embarcado en el Clipper City Tall Ship Sails, una réplica de los barcos de cabotaje que dominaron el comercio en los EEUU en torno a1880, y que nos condujo hasta las cercanías de la  Estatua de la Libertad.




El clipper era una embarcación a  vela de formas alargadas, con un mínimo de tres mástiles que se caracterizaba por su alta velocidad. La palabra clipper, o clíper, proviene del sustantivo inglés clip, una palabra “informal” que denotaba velocidad, y se aplicaba al caballo ganador en cada carrera.





De aquí a casa, que se nos echa la noche encima, pero pasando por Wall Street para conocer la zona. Allí, en la plaza Bowling Green se ubica una escultura de bronce que representa a un toro embistiendo. Fue creada por un tal Arturo Di Modica, persa 3200 kilos y es un símbolo de fuerza y poder. Al doblar las patas delanteras, y con la cabeza agachada como si estuviese a punto de arremeter contra algo, representa al pueblo norteamericano haciendo frente a los poderes financieros. Cuando llegamos, estaba tan agobiada de muchedumbre intentando hacerse un selfie, se peleaban por colocarse delante de los cuernos, que parecía una baquilla de las que sueltan en el coso pamplonés después del encierro. ¡Pobre bicho! Habría que avisar a los PETAs (People for the Ethical Treatment of Animals, personas por el trato ético a los animales) para defenderlo de tal tortura.




Domingo, 9 de julio.
Del pis en la calle al cagadero de oro: Central Park, el MET y el Guggenheim.
Nueva York.

De camino al metro hemos empezado la mañana con espectáculo dantesco. Una joven negrita, con aspecto de estar muy perjudicada o drogada, se encontraba orinando en medio de la calle. Sin ningún pudor, con toda la ropa abajo y mostrando sus partes poco pudendas. Un ciudadano le ha abroncado, pero como si nada. A lo suyo.

Con esta visión poco gratificante nos hemos largado a un lugar bastante más agradable, Central Park. Una vez allí, lo primero que vemos es el edificio Dakota, tristemente célebre por ser el lugar en el que dispararon y asesinaron el 8 de diciembre de 1980 a uno de sus vecinos más famosos, Jonh Lenon. Es una construcción imponente que data de 1884 con unas agudas cubiertas con cornisas fuertemente ornamentadas. Muy cerca, ya dentro del parque, el Strawberry Field (campo de fresas) recuerda al Beatle con un mosaico en el que se lee el título de una sus grandes canciones, Imagine, que fue donado por la ciudad de Nápoles. Cerca, el Castillo Belvedere (1865), de estilo victoriano, ocupa el lugar más alto de Central Park. No es muy bonito. 







Siguiendo las veredas de los jardines, nos plantamos en Cleopatra Needle, un obelisco egipcio dedicado al faraón Tutmosis III regalado por el Jedive de Egipto Ismail Pasha en 1879. Lógicamente, es el monumento más antiguo de Central Park.




Dejando las sombras del parque, accedemos al Museo Metropolitano con una sorpresa desagradable, el NY Pass no nos valía porque ya habíamos estado en otro museo, The Cloisters, perteneciente al MET en fecha diferente, por lo que tuvimos que pagar entrada. Pretender ver las tres instituciones del MET en un día es de una cara dura insultante: Del Breuer, que no sabemos a qué se dedica, Metropolitano solo median 700 metros, pero  hasta The Cloisters la distancia es de 14 kilómetros. Y ya solo con lo que tiene para ver el Metropolitano se puede estar todo el día allí. Vemos un poco de pintura europea y la colección egipcia que no es de la mejores aunque sí muy amplia. Destaca el templo de Dendur, que al igual que el de Debod de Madrid, fue entregado por el gobierno egipcio como agradecimiento por colaborar en salvar los monumentos de Nubia que quedarían bajo las aguas del lago Nasser, entre ellos Abu Simbel. Fue desmontado piedra a piedra desde las orillas del Nilo y rehecho dentro del museo. Otras piezas importantes son las “robadas” del tesoro de Tutankamón o las preciosas maquetas de barcos y lugares de trabajo de la tumba de Maketre.











Hemos comido bastante bien en un garito cercano, gyros griego en pan de pita, y a un precio razonable. No parecía Nueva York.

La tarde la hemos dedicado al Solomon Guggenheim con su arte contemporáneo. El arquitecto Frank Lloyd consiguió una galería en espiral que sube hasta la cúpula central. Si las obras de la parte más baja son espectaculares (impresionistas, Picasso…), conforme se asciende cada vez son más horrorosas. No obstante no son los cuadros los que llaman más la atención al visitante. 







Casi arriba del todo del “caracol2 había una larga cola en la que un letrero indicaba que la espera para cagar, ¡para cagar! era superior a una hora. Y es que allí han instalado un cagadero de oro de 18 quilates que se supone que es una obra de arte reutilizable. Su propio autor, un italiano llamado Maurizio Cattelan que debe tener mucho desparpajo comenta que “se trata de una obra que evoca la necesidad de proporcionar el acceso y la oportunidad a un amplio público, incluso si es un objeto de lujo”. Defecar en una taza de hora debe estar bien, pero esperar una hora para hacerlo es de gente muy pirada.



Al salir de Guggenheim, y por ser personas sencillas y de bien, y por no hacer nuestras deposiciones en inodoros dorados, se nos concedió la oportunidad de hacer la buena obra del día. Una amable viejecita que andaba con un taca-taca nos pidió ayuda para cruzar la calle. Muy amables y solícitos le acompañamos manteniéndola bien agarrada, no vaya a ser que se cayera, por lo que atravesó la vía con taca-taca mecánico y otro humano y navarro.

Como nos sobraba tiempo acabamos el día con una andada hasta la Estación Central y para fotografiar de cerca el edificio Chrysler. La Grand Central Terminal lleva el tren al corazón de Manhattan. La fachada está rematada por un reloj de 4 metros de diámetro y es proporcional a la enormidad de su interior neoclásico. Su gran vestíbulo de mármol adquiere todo su esplendor al atardecer, cuando se ilumina la bóveda con los signos del zodiaco. Son famosas las fotografías en blanco y negro en las que se ve entrar luz a raudales por sus ventanales.







La aguja del edificio Chrysler es uno de los símbolos de Nueva York, pero no existe la oportunidad de subir, no hay visitas. El flamante rascacielos, con estilo Art Deco, derrocha magnificencia por todas partes y también la precisión mecánica de la marca automovilística. Desde aquí, retirada.



El regreso fue más ameno de lo habitual, ya que mi compañero de asiento en el metro, un negrito enjuto y pendientudo, acababa de obtener el título de peor jugador en el teléfono de ajedrez del mundo. Llegó a tener 4 damas contra un indefenso rey contrario, pero era incapaz de dar el jaque mate. Tanto le costó que llegamos a nuestra parada, Utica en Brooklyn, sin enterarnos.



Lunes, 10 de julio.
Tedio.
Nueva York.


Poco hay que contar del día de hoy. Tragando más de media hora de cola a pleno sol, hemos cogido el bus descubierto que hace un tour por el sur de Manhattan, pero enseguida estábamos aburridos de lo poco que se ve en el itinerario, y de sus comentarios pre grabados en español que nunca coinciden con el lugar por el transitamos. 






Nos hemos apedado en Chinatown y a pasear. Ni merece la pena Chinatown ni la aledaña Pequeña Italia. Solo hay un montón de tiendas y restaurantes que aportan poco, pero Pedro tenía ganas de verlo y hay que contentar a todos. Además, nos habían comentado que en Chinatown los bolsos de imitación eran baratos y de buen material. Se nos ha ocurrido apreciar una mochila, que debía ser la excepción que cumple la regla. Vaya precio.





Lo único casi decente ha sido el aperitivo: un coctel de nombre Cosmopolitan, haciendo honor a la ciudad. Lo hemos tomado en un local tipo taberna irlandesa llamado Onieals, donde graban alguna escena de “Sexo en Nueva York”. El brebaje de color rosáceo, que parece ser que beben en la serie, tiene poca cantidad, es minúsculo, tiene mucho sabor y mucho alcohol y tiene muchísimo precio. Estaba bueno. 




Hemos tapiñado en el garito vecino que indicaba que tenían el mejor pato laqueado de la ciudad. ¡Cómo serán los malos!


La tarde ha sido gloriosa. Dado que Pedro es incapaz de acomodarse a los horarios locales, hemos intentado acercarnos a la Estatua de la Libertad, pero eran ya las 5 de la tarde y los ferrys no funcionaban. ¡Glorioso! A casa, mañana será otro día.




Martes, 11 de julio.

Vértigo, deportes, el banco del arte… y la mala educación.
Nueva York.




Tal y como ha pasado con casi todos los visitantes de Nueva York desde hace casi un siglo, hemos experimentado la sensación de ascender al Observatorio del piso 86 del Empire State Building, construido en 1831, con sus 381 metros de altura. Aunque no hemos llegado a la antena en el 102, que servía en origen para amarrar dirigibles, las vistas sobre Manhattan cortan la respiración. ¡Qué canguelo asomarse! Vaya vértigo. Un problema es que estos lugares están llenos de chinos y se educación es realmente mínima: empujan, apartan al personal, están solo a lo suyo, con tal de conseguir su foto o selfie. También les ayudan los hindues y uno de ellos nos echó de la ventana en la que estábamos tomando nuestras imágenes para ponerse. Sin ruborizarse, por la cara.








En el aledaño Madison Square Garden, el polideportivo por excelencia, cada tour solo admite unas 35 personas, por lo que no había orientales, no les debe gustar el deporte. La visita permite acceder a los vestuarios de los Knicks de la NBA, a los cientos y cientos de establecimientos de comida y bebida, a los palcos VIP y suites de lujo para ricachones, al graderío y a la pista. Para los que somos deportistas, visitar la meca del deporte, tiene más de 130 años, y recordar grandes partidos de baloncesto o combates de boxeo que veíamos de niños en la televisión, la cita nos llena.






Nada más salir hemos comido en una de las camionetas que tanto abundan en la City. Lo tenemos que repetir, por el precio de 4 cervezas gozamos de una manducatoria los tres. Y bien.


Aunque ya sabíamos que su contenido no nos gustaría, hemos acabado el trabajo del día en el MoMA, The Museum of Modern Art. La mayoría de sus obras de arte moderno nos producen hilaridad, aunque alguna que otra son muy buenas: la noche estrellada de Van Gogh, Oro Marilyn Monroe de Andy Warhol, la Danza de Henry Matisse o las señoritas de Avignon de Picasso. 





De todas formas, y como era de esperar, la visita al museo ha empezado con mal pie. Resulta que Iñaki tenía necesidad de ir a ese sitio a evacuar, y también resulta que yo estaba cansado. Allí cerca había unos bancos de madera, tan sencillos que bien pudieran ser de Ikea, y allí me senté. ¡Menudo susto me dio un segurata que debía ser pariente de King-Kong, por el tamaño y por el color, cuando inmediatamente vino a echarme! Había puesto mis posaderas sobre una obra de arte. En la foto adjunta os presento la singular obra de arte y al primo de King-Kong.



De aquí a la zona del Flatiron, a encontrar un pub llamado SPiN dedicado exclusivamente, además de a servir comida y bebida, al tenis de mesa (aunque ellos los llaman ping-pong). Son 18 mesas en las que jugadores, bastante malos casi todos, se divierten haciendo sus pinitos acompañados de unos excelentes, y no demasiado caros, brebajes.



El regreso en metro ha sido otro gran ejemplo de lo “educados” que son algunos ciudadanos de este país. Esta vez no era un chino, sino una joven negra de lo más borde que uno se puede encontrar. Acompaño la fotografía para que la conozcáis. Estaba yo sentado en un vagón de metro en el que había un mínimo de 10 espacios libres cuando he levantado un poco el trasero, muy poco, para comprobar en qué estación estábamos. La ínclita se ha lanzado sobre mi posición, por lo visto solo le gustaba esa, y me ha echado. Increíble, porque además hacía alarde de su hazaña y se reía con la situación. Si llegamos a estar en España habría habido bronca, y gorda.






Miércoles, 12 de julio.
De isla a isla y cacheo tras cacheo.
Nueva York.

“La Libertad iluminando al mundo” es el nombre real de la estatua de la Libertad, una obra elaborada en París por Auguste Bartholdi con una estructura de acero interior De Gustave Eiffel. Fue trasladada a Nueva York e inaugurada en 1886. Desde entonces ilumna con su antorcha a todo el que se acerca a verla. Nos hemos limitado a rodearla por completo en un paseo por la isla del mismo nombre ya que las entradas para subir a la corona están agotadas hasta octubre.












Con el mismo transbordador que habíamos tomado en Battery Park hacemos un recorrido rápido por el Museo de la Inmigración en Ellis Island. En un edificio renacentista, de 1900, se recrea como era la llegada de los más de 15 millones de inmigrantes que llegaron a los EEUU, y que este lugar era el lugar obligatorio en el que eran inspeccionados antes de salir hacia el resto el resto de país.



De regreso a Manhattan todavía teníamos tiempo para ver algo antes de comer. Nos decidimos por el Museo Nacional de los Indios Americanos. Propuse no entrar porque el cacheo fue indecente, con muy malas maneras, por parte de una negra rechoncha y muy desagradable. Se encuentra en el mismo lugar donde un gobernador Stuyvesant compró la isla a los indios en 1626. Bien hubiéramos hecho en no entrar, ya que no es espacio dedicado solo a los indios, sino a lo que ellos llaman naciones indias. Lo que resulta es que el 90% de las piezas pertenecen a las culturas precolombinas, y muy pocas de lo que queríamos ver.


Una frugal comida sentados en un parque, no muy buena y cara para estar comprada en un puesto callejero, y a la última exposición del día.
 
Ya habíamos estado en la Zona 0, pero nos faltaba de ver el Memorial Museum. Sufrimos otro cacheo en el que tenemos que sacar del bolsillo las papelinas para limpiar las gafas y pasar por un armatoste en el que tenemos que levantar las manos y nos hacen una especie de rastreo para demostrar que no somos una amenaza. En este país, aunque las medidas de seguridad son muy importantes, no se dan cuenta que los delincuentes son fueron otros, que no nosotros venimos a admirar su cultura y a dejar dinero. Además, todo lo agravan con una actitud chulesca que da asco. Por lo demás, el Memorial presenta todo lo que ocurrió el 11 de septiembre de 2001 con un recorrido plagado de fotografías, vídeos, simulaciones y recuerdos de las cerca de 3000 personas que perdieron la vida. En España se destruyen las pruebas de lo ocurrido en el 11M, aquí las ponen en un museo.







Un paseo hasta Washington Square con una parada en un pub con música en directo y a casa. Pero ni sin antes detenernos para ver como jugaban un 5x5 a baloncesto en una cancha callejera. Increíble, todo lo hacían a la máxima velocidad y que una técnica que ya quisieran tener esos jugadores que se las dan de buenos en Navarra.



Cenando hemos estado algo inquietos ya que un helicóptero ha estado más de 20 minutos sobrevolando nuestra vivienda. Aunque en los museos nos han tratado como a terroristas, nosotros no lo somos. Suponemos que habrá pasado algo y no nos hemos enterado.


Jueves, 13 de julio.
Pay what you wish, Pay what you want. Ja, ja, ja.
Nueva York.

Parece ser que el helicóptero que nos sobrevoló ayer noche participaba en la detención de una banda de violadores que actuaba en nuestro barrio. Nosotros nos libramos de sus ataques, por lo visto tres chicarrones del norte imponen. Así que dormimos muy bien.



El día de hoy ha sido tremendamente anodino. Antes de dirigirnos a Manhattan, hemos hecho unas fotografías de la pista de baloncesto urbano "Playmond Rose". Es importante porque en ella se rodó en 1972 la película "Soul in the Hole".






Ya no teníamos New Pass, por lo que hemos buscado un algo gratuito a donde poder acudir. Resulta que en EEUU existe una ley estatal de 1893 que exige a los museos que el público sea admitido de forma gratuita, aunque pueden cobrar la voluntad a los visitantes: Pay what you wish, Pay what you want (paga lo que puedas, paga lo que quieras).

Pero hay algunos que lo olvidan. En El Museo Nacional de Ciencias Naturales no ha habido manera. No pensábamos abonar 22$ más otros 5 por una exposición temporal, es demasiado. Imposible. Nos hemos sentido engañados y hemos decidido largarnos sin verlo.




A partir de entonces, pasear y pasear. En nuestro deambular no dejamos de "admirar" el Memorial del Maine y el Columbus Circle, que se ubican entre la esquina sur oeste de Central Park y la Trump International Hotel & Tower. Esta no es la conocida Torre Trump de la 5ª Avenida, pero también es propiedad de Donald Trump, el peculiar presidente americano. ¡Que personaje más grosero! Ya nos dio plantón en la Casa Blanca el día que fuimos a Washington y hoy tampoco nos ha recibido.





El USS Maine National Monument es una cosa erigida en 1912 con forma de quilla de barco dedicado al acorazado de infausto recuerdo para nuestro país. El navío es recordado por su hundimiento en el Puerto de la Habana en la mañana del 15 de febrero de 1898. Había sido enviado para proteger los intereses yanquis durante las revueltas cubanas contra España. Estalló de repente, perdiendo la vida tres cuartas partes de su tripulación que era de casi 400 marineros. Las causas de la explosión no estaban nada claras, pero la opinión pública estadounidense culpó a España. "Remember the Maine, to hell with Spain!" (Recordad el Maine, al infierno con España) se convirtió en el lema para los que clamaban por la guerra. El hundimiento del Maine fue la excusa perfecta para el provocar el final de la Guerra de Cuba que propició la pérdida de las últimas colonias de ultramar.




Sin embargo, en los EEUU aprecian la figura de Colón mucho más que en nuestras tierras, aunque den por seguro que era italiano. La plaza Columbus Circle recibió este nombre en 1892, coincidiendo con el 4º aniversario del descubrimiento de América. Fue la comunidad italiana de Nueva York, y no la íbera, la que ofreció a la ciudad la columna de mármol rematada con la figura del navegante. Cada 12 de octubre, los ítalos neoyorquinos montan aquí, un desfile (además el Empire State se viste con los colores de la bandera berlusconiana. El monumento a Cristóbal Colón es el punto desde el que oficialmente se miden las distancias desde y hasta Nueva York, su kilómetro cero. 



La bola del mundo situada a un lado es una réplica de la que se erigió en la Feria Mundial de 1964, la Unisphere que puede verse en el Corona Park de Queens.



Una parada para comer bien y barato en una trattoria italiana (sopa, segundo plato, vaso de vino y café por menos de 30$), y unas cervezas en pubs que encontrábamos en nuestro deambular. La última en un local alemán con música y concursos. ¡Menuda juerga se traían!





Viernes, 14 de julio.
Del puerto al aeropuerto.
Nueva York.

Última mañana libre y tras esperar a que acabe de jarrear cogemos una línea de metro nueva, que no podía ser “subway” porque no iba enterrada sino al aire libre, para ir al sur de Manhattan.



En el antiguo puerto se tienen unas vistas magníficas sobre el Puente de Brooklyn. Dimos un paseo por la zona para acabar comiendo en una de las tabernas portuarias. 








Por fin, en la última zampada en Nueva York conseguimos probar los famosos bocadillos de lowster, langosta. Muy buenos, pero no son de langosta. Lowster, langosta, es una forma muy ufana o atrevida de llamar al bogavante.



El viaje solo podía acabar con otra anécdota. Por la mañana, habíamos reservado vía Internet un coche para que nos llevara al aeropuerto. Como teníamos la sede de la empresa, que parecía muy pirata, cerca de casa nos acercamos para confirmarla. Curiosamente no sabían nada del tema pero suponían que la petición ya habría entrado en su sistema. Habíamos quedado para las 5 de la tarde cuando 20 minutos más tarde esperábamos en la calle, y lloviendo. Así que tuvimos que volver a casa y pedir a la vecina, a la que no conocíamos de nada, que nos pidiera otro vehículo. Lo única respuesta que nos dieron es que en 5 minutos venía un coche grande de color negro. Efectivamente, a las 5 y 25 llegaba un coche, pero no era ni muy grande, ni nada negro, era gris plata. Entonces, desconocemos si nos llevó al aeropuerto la empresa pirata de la mañana que nos trasladaría en un Lincon (este no era un Lincon), o la de la tarde (este no era un auto grande negro). Alguien no hizo el servicio.



En el aeropuerto no tuvimos ningún problema con las maletas y los vuelos fueron muy tranquilos. De Barajas a Pamplona, pero con un parada técnica en el 103, en la Venta de Almadrones, para deglutir un magnífico bocadillo de jamón con tomate de los que no hay en Nueva York.